lunes, 18 de julio de 2011

JUANA AZURDUY, LA FLOR DEL ALTO PERÚ, por Felipe Pigna (en "Los mitos de la Historia Argentina 2", Buenos Aires, Planeta, 2005)




La lucha de las mujeres fue fundamental en la guerra gaucha. No solamente eran excelentes espías sino que algunas de ellas, como doña Juana Azurduy de Padilla, comandaban tropas en las vanguardias de las fuerzas patriotas. Esta maravillosa mujer había nacido en Chuquisaca el 8 de marzo de 1781, mientras estallaba y se expandía la rebelión de Túpac Amaru. El amor la llevó a unir su vida a la del comandante Manuel Asencio Padilla.
La pareja de guerrilleros defendió a sangre y fuego del avance español la zona comprendida entre el norte de Chuquisaca y las selvas de Santa Cruz de la Sierra. El sistema de combate y gobierno conocido como el de las “republiquetas” consistía en la formación, en las zonas liberadas, de centros autónomos a cargo de un jefe político–militar. Hubo ciento dos caudillos que comandaron igual número de republiquetas. La crueldad de la lucha fue tal que sólo sobrevivieron nueve. Quedaron en el camino jefes notables, de un coraje proverbial. Entre ellos hay que nombrar a Ignacio Warnes, Vicente Camargo, al cura Idelfonso Muñecas y al propio Padilla.
Los Padilla lo perdieron todo, su casa, su tierra y sus hijos en medio de la lucha. No tenían nada más que su dignidad, su coraje y la firme voluntad revolucionaria. Por eso, cuando estaban en la más absoluta miseria y un jefe español intentó sobornar a su marido, Juana le contestó enfurecida: “La propuesta de dinero y otros intereses sólo debería hacerse a los infames que pelean por su esclavitud, más no a los que defendían su dulce libertad, como él lo haría a sangre y fuego”.
Juana fue una estrecha colaboradora de Güemes y por su coraje fue investida del grado de teniente coronel con el uso de uniforme, según un decreto firmado por el director supremo Pueyrredón el 13 de agosto de 1816 y que hizo efectivo el general Belgrano al entregarle el sable correspondiente.
Tres meses después, en la batalla de Viloma fue herida por los realistas. Su marido acudió en su rescate y logró liberarla, pero a costa de ser herido de muerte. Era el 14 de noviembre de 1816. Juana se quedaba sin su compañero y el Alto Perú sin uno de sus jefes más valientes y brillantes.

Autor: Felipe Pigna,Los mitos de la historia argentina 2, Buenos Aires, Planeta. 2005.

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sábado, 9 de julio de 2011

EL CONGRESO DE TUCUMÁN Y EL NACIMIENTO DE LA ARGENTINIDAD, por Jorge Bolívar (para "Diario24" de Tucumán, 09-07-11)


09 de Julio de 2011
“La argentinidad vivió tensionada por dos importantes alternativas geopolíticas: la patria grande o la patria chica”. Por Jorge Bolívar.


Joaquín González enseñaba en las primeras décadas del siglo XX que “el Congreso de Tucumán ha sido la asamblea más nacional, más argentina y más representativa y popular que haya existido jamás en nuestra historia”. Y cien años más tarde, con los valores propios de la época que vivimos, podemos afirmar que estos conceptos aún pueden mantenerse.

Tras la serie de revoluciones producidas en Sudamérica por la invasión napoleónica a España y la abdicación del Rey, en 1816, con la excepción del Virreinato del Río de la Plata, todos los antiguos Virreinatos habían vuelto a ser dominados por los españoles en el intento de reafirmación imperial producido por la reasunción en el trono de Fernando VII.

En varias ciudades, cabeceras virreinales, la restauración se había producido casi sin lucha, por las dudas organizativas e ideológicas que aquejaban a los patriotas.

Se procuraban nuevas condiciones de poder, pero la noción de una independencia definitiva seguía en juego.

Los líderes de la nueva patria, en los territorios que más tarde conformarían la Argentina, tenían también sus dilemas y vacilaciones. La época propiciaba grandes cambios, pero no era tan fácil ver -en ese momento- lo que hoy a nosotros nos parece claro y necesario.

Se estimaba que si se declaraba la independencia de España había que prepararse para la guerra, ya que el viejo imperio tenía todavía numerosas fuerzas militares en territorio sudamericano y estaban en viaje nuevas milicias para asegurar la dominación territorial.

Surgían, además, las dudas acerca de qué tipo de gobierno había que darle a los pueblos del sur y cuáles eran las fronteras más seguras para defender la vida y los intereses culturales y económicos de los pobladores.

Como había ocurrido en los otros virreinatos, la figura de algún rey de cierta manera ligado a los borbones, se ofrecía como una solución intermedia. Negociar la calidad e intensidad de la independencia era, reitero, un motivo de dudas y disputas.

Para José María Rosa la presión independentista sin concesiones, que sostenían San Martín, Belgrano, Güemes y Artigas tuvieron un peso decisivo para que los representes de las diversas provincias optaran por emitir una declaración de independencia plena y frontal, vedando -incluso- cualquier aventura que quisiera mantener la dependencia, pero cambiando de imperio.

Se impidió que las discusiones acerca del tipo de gobierno socavaran la unión de los representas de las Provincias Unidas.

Primero la Independencia. A partir de allí, la práctica gubernamental iría encontrando los modelos políticos más adecuados y más propios. Por el momento se confirmaba al representante de San Luis, Juan Martín de Pueyrredón, amigo de San Martín, como Director Supremo.

En el acta del Congreso, con su agregado final, los representantes declaran que era “voluntad unánime e indubitable de las Provincias Unidas del Sur romper los violentos vínculos que las ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos de que fueron despojadas, e investirse del alto carácter de Nación libre e independiente del rey Fernando VII (..) y de toda otra dominación extranjera”.

José Luis Romero destaca el testimonio escrito del oficial sueco Jean Adam Graaner, que en ese año recorría los territorios del norte argentino.

El citado se asombra de la cantidad de gente que rodeaba las llanuras aledañas a Tucumán.

Criollos y descendientes de indios, negros y mulatos convivían entusiasmados. Se contaban, además, como espectadores del Congreso, cinco mil milicianos que llegaron montados a caballo, portando sables, fusiles y lanzas.

Al término de la ceremonia -cuenta Graaner- Belgrano arengó a ese pueblo. Sus palabras independentistas fueron recibidas con emoción y entusiasmo.

La declaración de independencia fue escrita en español y en quechua. Los delegados al Congreso del Alto Perú (Tarija y Charcas) la tradujeron al aymará en la Universidad de Chuquisaca, donde habían estudiado muchos patriotas, entre ellos Moreno y Castelli.

De allí salió la gobernación de Cuyo para San Martín, desde la cual se puso en marcha la emancipación definitiva de Chile y la del Perú y el encuentro con la línea libertadora que venía, al mando de Simón Bolívar, desde Venezuela, pasando por Colombia y Ecuador.

En 1824 el proceso de descolonización de la Sudamérica hispana había concluido, no sin grandes dificultades. En esos años comienza a advertirse la influencia de las nuevas ideas que venían de Europa, en particular de las del naciente Imperio inglés.

La argentinidad vivió tensionada por dos importantes alternativas geopolíticas: la patria grande o la patria chica.

Inglaterra fomentaba la creación de naciones más reducidas territorialmente, con una gran ciudad puerto para integrarlas con cierta docilidad al crecimiento del capitalismo, organizado, en el caso de Gran Bretaña, por el extenso dominio mundial de la “reina de los mares”.

La República del Uruguay, por ejemplo, fue la expresión máxima de esa lógica.

La otra idea, no sólo geopolítica sino también geocultural, fue la de la paulatina “conquista de los desiertos” desde la dominación portuaria y mercantil.

Irradiada desde Estados Unidos, esta noción de “desierto” no se refería a designar una región geográficamente árida y de vegetación escasa; tampoco humanamente a un territorio despoblado.

Este “desierto” nombraba la tierra en la que no existía “la civilización europea del hombre blanco”.

A pesar de que el Congreso de Tucumán -con el impulso de San Martín y Belgrano- fue un faro de afirmación emancipadora en una Sudamérica dominada por la restauración borbónica, la argentinidad naciente debió pasar las duras opciones geopolíticas y geoculturales que propiciarían los fenómenos de anarquía y las luchas entre federales y unitarios.

Las victorias del General Sucre en Ecuador y en el territorio boliviano empujan a éste a plantearse la organización de un nuevo estado nacional en el Alto Perú al que quiere denominar con el nombre de su admirado Bolívar.

Cuando lo consulta, el libertador le expresa su convicción de que sería importante mantener al Alto Perú ligado a la Argentina, ya que veía como un hecho positivo fundar los nuevos Estados emancipados sobre los territorios de los antiguos virreinatos y le pide que consulte con las autoridades de Buenos Aires; en ese momento histórico presididas por Rivadavia. Éste le hace notar diplomáticamente su desinterés por los territorios del Alto Perú y le aconseja organizar en principio un territorio relativamente chico y gobernable.

Cuando Sucre le trasmite esta novedad a Bolívar, el vencedor de Carabobo queda asombrado.

¿Al gobierno de las Provincias Unidas del Sur no le interesan las provincias de Tarija, Potosí y Chuquisaca -con su importante centro universitario en la ciudad de Charcas-? Le cuesta creerlo, porque Bolívar como San Martín, enseñaban que cuanto más territorio tuvieran las nuevas naciones, más potencialidad futura tendrían, contrariando la enseñanza inglesa de las naciones pequeñas con grandes centros portuarios.

Por ello no acepta el nombre de República Bolívar con la que quería llamarla Sucre y queda para esas tierras un nombre no tan personal: Bolivia.

Pero Rivadavia también comienza a utilizar la figura anglo-norteamericana de “desierto” que Sarmiento llevará a su cima, hiriendo de muerte -como dice Fermín Chávez- “al proyecto de la nación autoconsciente” alberdiano.

Obsérvese que todavía en nuestra historiografía académica se sigue llamando “conquista del desierto” a la realizada por los líderes del Proyecto del 80 sobre una de las llanuras más fértiles del mundo, poblada por los indios pampas, tehuelches y ranqueles.

Es una categoría demasiado foránea que merecería ser decodificada.

A pesar del notable impulso nacional del Congreso de Tucumán, la Argentina no pudo ser la Patria Grande, perdió el Alto Perú y la Banda Oriental del Uruguay. Pero tampoco fue la patria chica.

Con la expansión hacia la Patagonia se aseguró geopolíticamente ser uno de los territorios nacionales más grandes y variados en riquezas naturales del mundo.

El impulso nacional y popular que le dio el Congreso de Tucumán fue un antídoto que debilitó y, finalmente, venció a los variados intentos autonomistas interprovinciales.

En los días en los cuales conmemoramos nuestra independencia, convendría, en este mundo con nuevas potencias emergentes, reafirmar los núcleos nacionales, federales, y populares de la argentinidad, para enfrentar en mejores condiciones los grandes desafíos que las novedosas relaciones de poder mundial demandan, no sólo a nuestros conceptos geopolíticos, sino también a nuestras categorías geoculturales.

Jorge Bolívar

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9 DE JULIO : LAS MISMAS DUDAS, LOS MISMOS CONFLICTOS, por Adrián Corbella (para "Diario24" de Tucumán)

9 de Julio: las mismas dudas, los mismos conflictos



 09 de Julio de 2011
“En 2011, como en 1816, estamos una vez más frente a grandes discusiones, frente a dos modelos de país”. Por Adrián Carlos Corbella.

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El 9 de julio de 1816 los representantes de las Provincias Unidas del Río de la Plata se reunieron en Tucumán y declararon, después de más de seis años de dilaciones, la independencia de estas provincias.
La decisión se había demorado mucho, demasiado.
Fernando VII ya gobernaba en Madrid desde hacía meses, y aquí ni lo obedecíamos ni nos separábamos oficialmente de su reino.
En 1816, la revolución hispanoamericana estaba en retroceso en Venezuela, en Colombia, en Chile, un poco en todos lados.
Aquí, en el Río de la Plata, la declaración resultaba tardía. Las divisiones eran profundas, y de hecho las provincias del Litoral, ganadas por las ideas democráticas y republicanas de los federales, no enviaron representantes.
Entre Ríos, Santa Fe, Corrientes, la Banda Oriental y Córdoba habían participado en junio de 1815, en la actual ciudad entrerriana de Concepción de Uruguay, del llamado “Congreso de los Pueblos Libres”, por iniciativa de Artigas ; allí se había proclamado la independencia de esas provincias respecto a España y sus reyes.
Un año después, en Tucumán, y sin representantes del Litoral (pero sí de Córdoba), las discusiones fueron mayúsculas.
Algunos, como Belgrano y San Martín, plantearon la necesidad de americanizar el proceso rioplatense impulsando una monarquía con un soberano de sangre indígena, como una forma de comprometer en el proceso independentista a las grandes masas de origen claramente americano, originario, del Alto Perú y de muchas zonas de la actual Argentina.
De hecho, en Tucumán, había representantes de algunas provincias del “Alto Perú” (lo que hoy llamamos Bolivia), entre ellos José Mariano Serrano, quien luego fuera presidente interino de Bolivia en dos oportunidades.
Finalmente, el proyecto monárquico neo-inca se rechazó , pero en la declaración de independencia del 9 de julio de 1816 se dejó clara constancia de que nos independizábamos “del rey Fernando séptimo, sus sucesores y metrópoli.”.
Mencionar a los sucesores del rey no fue casual : en muchas mentes todavía estaba presente la idea de coronar en el Río de la Plata a un príncipe de la Casa de Borbón, proyecto que para hombres como Belgrano y San Martín era inaceptable.
Evidentemente, detrás de estas disputas, estaban también las dos concepciones político-sociales que se enfrentaron en el siglo XIX : una liberal “aristocrática”, elitista, que conduciría a la postre a las estrategias represivas de la “Organización Nacional” y su corolario, el Régimen Oligárquico, y otra que quizás tenía una mayor diversidad ideológica, y a veces ciertas indefiniciones; esta estaba representada por hombres como Moreno, Artigas, San Martín , Belgrano o Dorrego, todos partidarios de la completa igualdad de todas las personas, independientemente de su riqueza, nivel educativo o del color de su piel. Estas ideas, actualizadas, renacerían en el siglo XX en grandes movimientos populares y democráticos, como el yrigoyenismo y el peronismo.
Los argentinos tenemos cierta tendencia a escribir la historia en círculos, a dar vueltas y volver siempre sobre nuestros pasos, retornando al lugar de partida. Eso se ve claramente en nuestra realidad actual, porque, bien mirado, este 9 de julio de 2011 no será tan distinto al de 1816. Seguimos discutiendo los mismos temas. Seguimos teniendo las mismas dudas.
Cuando disentimos acerca de nuestra alineación internacional, sigue habiendo quienes miran a nuestros compatriotas de América Latina. Pero tampoco nunca faltan los que ponen su norte en el Imperio de turno.
Cuando discutimos un modelo social y político siguen estando los que generan una estrategia inclusiva, integradora, igualadora, es decir, profundamente democrática. Y siguen existiendo también los que pretenden un país para pocos, un país que mire su ombligo y le dé la espalda a la Patria Grande latinoamericana con la que soñaron figuras como San Martín, Bolívar o Belgrano.
Quizás el gran drama de los argentinos sean nuestros eternos empates. Nuestra incapacidad para fijar un rumbo y sostenerlo durante la cantidad necesaria de años como para marcar diferencias, como para romper tendencias, como para dar vuelta algunas páginas y poder pensar en nuevos objetivos . Avanzamos unos años en una dirección, y luego desandamos el camino . Y de vuelta a empezar unos años después.
En 2011, como en 1816, estamos una vez más frente a grandes discusiones, frente a dos modelos de país.
La historia no siempre es lineal. A veces, frente a nosotros se encuentra el futuro. Pero, muchas veces, cuando no aprendemos de viejos errores, lo que nos espera no es otra cosa que una reedición del pasado.
Posiblemente esta vez logremos avanzar en una dirección definida el tiempo suficiente como para resolver viejas antinomias, construir un nuevo paradigma, y pensar en nuevos desafíos.

Adrián Carlos Corbella

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miércoles, 6 de julio de 2011

LA GUERRA DE SECESIÓN PERMITIÓ A EEUU CONVERTIRSE EN POTENCIA MUNDIAL , por Vlad Grinquévich (para "Redacción Popular").

Arte conceptual
    Arriba : Abraham Lincoln y Jefferson Davies, líderes de las dos repúblicas norteamericanas enfrentadas.                    
por Vlad Grinquévich, Agencia RIA Novosti
Fuente Agencia Rebanadas de Realidad - RIA Novosti, 14/04/11.- Hace 150 años, el 12 abril de 1861, en Estados Unidos estalló una guerra civil que enfrentó a las fuerzas del Norte industrial (la Unión) con el Sur agrario y esclavista (Estados Confederados).

La victoria de los Estados del Norte en 1865 condujo a que los estados sureños dejaran de ser sólo productores de materias primas. Pero eso no fue el mayor éxito de la segunda revolución norteamericana.
La reconstrucción del Sur, la abolición de la esclavitud que reconoció a los negros todos los derechos civiles fueron acontecimientos importantes pero relegados a un segundo plano.
Lo principal fue que la guerra civil estadounidense marcó el inicio para la formación de la nueva potencia hegemónica del mundo.
La cola del Imperio
Al librar la querra, ni los soldados de la Unión ni los confederados pudieron imaginar que las consecuencias de ese conflicto serían tan globales. Los motivos que tuvieron para combatir fueron mucho más simples. Los sureños esclavistas querían continuar con su estilo de vida y los partidarios del entonces presidente de EEUU, Abraham Lincoln, en el Norte pelearon para impedir la desintegración del país.
El esclavismo del Sur puede calificarse como un anacronismo, sobre todo en la segunda mitad del siglo XIX, cuando Estados Unidos atravesaba un auge de su industria, el capitalismo y las democracia, las vastas plantaciones en las que trabajaban multitudes de esclavos africanos, era como tener una astilla en el ojo.
Pero en realidad, la economía de las plantaciones coloniales no eran un fantasma de la sociedad agraria, sino la base de la sociedad industrial. Hasta las últimas décadas del siglo XIX, cuando finalizó la revocución industrial, la esclavitud y el capitalismo se complementaron el uno a otro.
Hasta las finales del siglo XIX, Gran Bretaña fue el líder económico del mundo y para mantener ese liderazgo necesitó mucho, ante todo, materias primas baratas, pues en caso contrario, la producción industrial nunca sería competitiva.
El añil y el caucho de la India y el sureste de Asia, el algodón, azúcar y tabaco del Sur de EEUU, la madera y los cereales de Rusia movieron las hélices de la industria británica.
Durante la revolución industrial, la única posibilidad de reducir los costos de producción primitiva de las colonias subdesarrolladas era obligar a los trabajadores a trabajar gratis.
No hay nada sorprendente en que los industriales británicos hayan invertido más que otros en las plantaciones de EEUU e incluso conservaron el control de esas plantaciones cuando las colonias adquirieron la independencia.
Líder nacido bajo la esclavitud
El colonialismo británico produjo la división norte-sur en EEUU e involuntariamente dio origen al nuevo líder mundial. Para la región industrial del Norte estadounidense los Estados del Sur pasaron a desempeñar el mismo papel que jugaron las colonias británicas para Gran Bretaña.
Durante muchos años, el Sur suministró materias primas para la industria de EEUU y mantenía una demanda estable de la producción industrial.
Todo lo que se utilizaba en el Sur era fabricado en el Norte, desde los juguetes y ropa de cama hasta la vajilla y las herramientas.
Esto convenía a los norteños que integraban la mayor parte del gobierno de EEUU aunque provocaba disgusto a los sureños que preferirían desarrollar un comercio libre con todo el mundo.
Pero las autoridades estadounidenses restringieron el intercambio comercial mediante la rígida política fiscal para apoyar la producción nacional.
En su época, Gran Bretaña defendió su capital comercial del mismo modo. Inglaterra adoptó Acto de la navegación adoptado en 1651, que prohibía la entrada a Inglaterra de cualquier tipo de mercancías provenientes de EEUU, Asia, África y Rusia en barcos extranjeros.
En la segunda mitad del siglo XIX, surgieron contradicciones en las relaciones entre capitalismo y esclavismo. La revolución industrial tuvo su impacto en la agricultura. Los industriales decidieron vender al Sur no sólo las mercancías sino también maquinaria agrícola.
Pero los propietarios de las plantaciones no necesitaban maquinaria, sino los granjeros. Los latifundistas tenían a los esclavos en su disposición, y la maquinaria podía cambiar el sistema económico y el modo de vida de todos.
Esto molestó a lo sureños. Pero el lobby de los industriales del Norte fue más fuerte que de los latifundistas del Sur, y al ocupar el sillón presidencialen 1860, Abraham Lincoln anunció que todas las nuevas zonas de EEUU iban a convertirse en territorios libres de esclavitud.
Guerra sin oportunidades de ganar
En 1861, once estados del Sur proclamaron su independencia y formaron la Confederación. Esto conllevó a una guerra en la que ninguna de las partes no tuvo oportunidades de ganar. Esto es evidente hoy en día, pero en aquella época muchos estaban convencidos en lo contrario.
Los confederados poseían la superioridad. Los mejores arsenales y almacenes militares, las mejores unidades en cuanto a la capacidad combativa y la mayor parte de los oficiales fueron reclutados en el Sur.
Además, al estallar la guerra, una tercera parte de los oficiales de la Unión dimitieron para adherirse al Ejército de los confederados que al inicio tuvo más suerte.
Pero un país sin industria no puede combatir durante mucho tiempo porque es incapaz de satisfacer la demanda de armamento y pertrechos como tampoco restablecer la infraestructura destruida.
Teniendo esto en cuenta, los norteños hicieron todo lo posible para aislar al Sur del mundo exterior.
La potente Inglaterra intentó romper el bloqueo y ayudar a sus ex colonias, porque entendía que en el momento cuanto el Norte y el Sur de EEUU se unieran, se pondría fin al liderazgo británico. Y eso fue precisamente lo que ocurrió.
No es verdad que las dimensiones no tienen importancia. Cuando los capitales y la industria desarrollada se unen con las fuentes de materias primas y enormes recursos laborales, nadie puede competir contra este monstruo.
La China contemporánea es un buen ejemplo. El Imperio Celeste sigue el camino por el que hace unos 20 años pasaron otros países asiáticos, Singapur, Hong Kong, Tailandia, Taiwán, Corea del Sur. El Occidente eligió a los Estados del Sudeste Asiático como fábricas mundiales por su mano de obra barata.
En la década de los 80 del siglo pasado, le tocó el turno a China, pero el Occidente no tomó en consideración las dimensiones de este país.
El Occidente empezó a perder el control sobre China con sus enormes recursos laborales, capitales y posibilidades del lobby. La situación parece a la que hace tiempo ocurrió en EEUU.
Es posible que, pasado un siglo y medio, la historia vuelva a repetirse.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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 Artículo seleccionado por Adrián Corbella
Arte Conceptual elaborado por el profesor Adrián Tendler
                                            

lunes, 4 de julio de 2011

ARTIGAS, por Hernán Brienza (para agoramelembro.blogspot.com)

La anécdota la conocí en la Facultad de Ciencias Sociales, en una de esas aulas empapeladas de carteles con siglas de grupos de izquierda impronunciables, una profesora de cadencia arrabalera la narró no sin cierto don histriónico. El protagonista es Giuseppe Garibaldi, el héroe romántico nacido en la Niza italiana del siglo XIX, aquel que con sus mil camisas rojas invadió la península a través de Sicilia, le dio su merecido al Vaticano y le ofreció a Vittorio Emanuele II, soberano de la Casa de Saboya, el territorio unificado de Italia. Contaba mi profesora que en una engalanada fiesta de la Corte, después de firmado el Tratado de Turín, entre la casa de Saboya y Francia, por el cual la Niza italiana se convirtió en la Nice francesa, Garibaldi, que tenía más de bersagliere que de cavaliere, les escupió en la cara al rey y a su ministro Cavour: “¡Traidores, yo les construí una nación y ustedes me dejaron sin patria!”. Tenía razón: él, que había llevado adelante la campaña militar de la unificación italiana, ya no era italiano sino francés, porque la Corona había entregado a Francia la ciudad donde él había nacido. Había sido convertido por el desdeñoso rasgueo de una pluma sobre un papel en un apátrida.

En nuestras tierras también tenemos un apátrida célebre. Un rioplatense que ayudó a liberar a su patria y fue despojado de ella. Su nombre es José Gervasio de Artigas y fue, quizás, el revolucionario y demócrata más profundo de los próceres argentinos. Porque, mal que les pese a orientales y occidentales, Artigas fue un argentino hasta el último día de su vida. Y, como ocurrió con Garibaldi, también se quedó sin patria.

La primera marca argentina de Artigas figura en el Plan Revolucionario de Operaciones, de Mariano Moreno, quien, en su capítulo dedicado a la Banda Oriental, recomienda entrar en tratativas con el capitán de blandengues José de Artigas. Pero es el propio jefe oriental el que con su acción política demostró su voluntad por mantener su argentinidad. Entre los años 1810 y 1820 participó política y militarmente dentro del territorio de las por entonces Provincias Unidas, y su protectorado de los pueblos libres abarcó la Banda Oriental, la Mesopotamia, Santa Fe y Córdoba. Su proclama de Mercedes, el 11 de abril de 1811, reconoció la regencia de la Junta de Buenos Aires, y encabezó el éxodo oriental hasta tierras occidentales. Además, la versión original del himno argentino celebraba las victorias de San José y Piedras, libradas bajo la comandancia de Artigas en suelo oriental. En 1812 estableció que la Provincia Oriental formara parte indisoluble de las Provincias Unidas y envió sus diputados a la Asamblea del año XIII con instrucciones precisas: independencia, federalismo, libertad civil y religiosa, forma republicana de gobierno, ubicación del gobierno federal fuera de Buenos Aires. Sus exigencias fueron demasiado para los políticos porteños, que deseaban un maniobrable país-maceta con ellos a la cabeza. Artigas, entonces, se convirtió en enemigo acérrimo de los directoriales –posteriormente unitarios– que hicieron lo posible, lo imposible y lo aberrante para sacarse de encima al líder oriental. Es decir, intentaron sobornarlo con la independencia del Uruguay, pero Artigas se negó dos veces. Finalmente, el director supremo, Juan Martín de Pueyrredón, pactó con los portugueses la entrega de la provincia a cambio de que le sacaran de encima a Artigas.

El líder de los orientales continuó con su derrotero hasta que vencido por el, al menos, irresponsable caudillo entrerriano Francisco “Pancho” Ramírez, se exilió en el Paraguay. Cuando Uruguay se independizó, Artigas exclamó: “Yo ya no tengo Patria”. Y tenía razón: Su patria, las Provincias Unidas del Río de la Plata, había expulsado a la provincia donde él había nacido. Artigas se había convertido en un apátrida que añoraba una nación que ya no existía: la gran federación americana. Antes de morir, en septiembre de 1850, apenas un mes después que José de San Martín, encabezó su testamento: “Yo, José Gervasio de Artigas, argentino, de la Banda Oriental…”. Como en los melodramáticos versos de Carlos Guido y Spano, Artigas había sido “argentino hasta la muerte”.

Hay, en el exilio de Artigas, una fuerza metafórica que alumbra una verdad poética. Quizá, el líder de los orientales haya sido el desterrado perfecto: es un exilado que añora una patria que no existe. Y quizá, de alguna manera, todos los habitantes de las provincias de la Argentina, Bolivia, Chile, Paraguay y Uruguay formemos parte del mismo ostracismo. Tal vez todos hayamos quedado cautivos en esa imposibilidad de retorno, en esa melancólica certeza de saber que nuestros paisitos son más pequeños y mezquinos que el quimérico desvarío de José Gervasio de Artigas.

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Material Seleccionado por el Profesor Adrián Corbella