lunes, 12 de septiembre de 2011

Edad Media

Feudalismo. Campesinado. Pierre Bonassie. “Del esclavismo al feudalismo en Europa occidental”
Cap. 4 Los campesinos del Reino Franco en tiempos de Hugo Capeto y de Roberto el Piadoso.
 
Hasta la llegada de las sociedades industriales modernas, la mayoría de la población se dedicaba a la agricultura y el principal problema a resolver era la producción de alimentos y su apropiación por los diversos grupos sociales. 
La Europa medieval también dedicaba la mayor parte de su fuerza de trabajo a la producción rural a cargo de los campesinos que  vivían en aldeas.
Sin embargo es dificil para los historiadores reconstruir la vida en las aldeas rurales porque era una cultura oral y sometida a las clases dominantes.
En este texto, Pierre Bonassie, un historiador frances hace una investigación de las condiciones de vida del campesinado en Francia, alrededor del año 1000, en el siglo de mayor auge del llamado Feudalismo clásico.


Hablar del campesinado en tiempos de H. Capeto y de R. el Piadoso, es hablar por lo menos de las nueve décimas partes de la población del reino.
Todos sabían que existía un rey, pero ¿qué imagen tenían de él, y cuántos de ellos conocían realmente su nombre? Nunca lo sabremos.
Las  fuentes narrativas se ocupan muy poco de la suerte del campesinado, por el que los cronistas y los letrados casi siempre sienten hostilidad y desprecio. Las crónicas solo hablan de campesinos en situaciones muy especiales, como las hambres catastróficas de 1005 y 1031, o la insurrección en los campos normandos en 996-997.
Las fuentes no nos dan una sola imagen del campesinado, sino varias y muy distintas. Nos lo presentan a veces como una masa débil de cuerpo y espíritu o en cambio como una clase social dinámica y conquistadora. Voy a respetar esos contrastes, porque creo que reflejan bastante bien la realidad.
1)Un campesinado miserable y sometido
Recordemos la famosa definición de Jan Dhondt: “el hombre carolingio es un hambriento que vive en los bosques”.
Es un hambre obsesiva que algunos años alcanza las cimas de la atrocidad. Citaremos algunos ejemplos: (año 1005-1006) “En aquel tiempo se declaró un hambre muy fuerte, de manera que ninguna región se vio libre de falta de alimentos; en elpueblo muchos murieron , consumidos por alimentarse, no solo la carne de los animales inmundos y los reptiles, sino también la de los hombres, las mujeres y los niños” (R. Glaber, Historia, III)
(años 1031-1032) “este año hubo un hambre tal en Galia que en algunos lugares los unos se abstenían a duras penas de la carne de los otros” (Calendario de la catedral de Auxerre, nota al margen).
Valdría la pena leer estos relatos enteros y comentarlos. Nos limitaremos a constatar aquí que cita muchos casos más de canibalismo.
2)Cultura campesina
Nunca sabremos grandes cosas de la cultura campesina del año mil, pero se puede asegurar que existió y reivindicó una identidad. Encontramos algunos ejemplos en dos relatos contenidos en un libro de milagros de Santa Fe. En ambos casos a una multitud de peregrinos les es negada la entrada a la iglesia y ellos, a la caída de la noche se instalan en el exterior. Pero se produce un milagro: las puertas de la iglesia se abren solas y por deseo santo los campesinos entran en el edificio sagrado. ¿Por qué se les habría prohibido el acceso? Por que los aldeanos cuando se les permitía entrar, perturbaban la solemnidad de las vigilias sagradas cantando canciones incultas que para los monjes creaban un ruido insoportable. No se puede expresar con más claridad la oposición entre dos culturas, la sabia y la popular, y la total incomprensión entre los representantes de una y otra.
3)Un campesinado dinámico
La cultura campesina es más que canciones, implica un saber nacido de la experiencia y del trabajo.  En este caso el problema es diferenciar cuales innovaciones técnicas de la Alta Edad Media se debieron a las órdenes de los grandes propietarios y cuales a la experiencia del campesinado.
La experiencia campesina incluye un conocimiento cada vez mas preciso de los suelos, los más duros y los más frágiles, una experimentación con nuevos sistemas de tiro, el aprendizaje de la alternancia de cultivos, desarrollo de los sistemas de riego. Incluso los mayores avances como el del arado de vertedera deben atribuirse a este conocimiento campesino.
Sean cual fueren sus ritmos, estas mejoras técnicas influyeron, al menos en parte en las primeras manifestaciones de crecimiento agrario, que con toda seguridad se dan en 950.
¿Cuáles fueron las causas de este crecimiento, la presión de la aristocracia que buscaba mayores ganancias, o la lucha de los pobres por la supervivencia? Es razonable pensar que la angustia del hambre llevó al campesino a producir mejor (perfeccionando sus técnicas) y más (roturando sueles que estaban sin cultivar). Las nuevas roturaciones son llevadas a cabo por pequeños tenentes que año tras año ensanchan sus tierras desbrozando los alrededores o crean nuevas parcelas  quemando unos cuantos árboles.
Alrededor del año mil ya se empieza a notar una disminución de las grandes hambrunas. Pasado el primer tercio del siglo XI, los campos de Francia se encaminan hacia un relativo equilibrio alimentario. Se anuncian tiempos mejores.
4)¿Campesinado rebelde o sometido?
En torno al año mil la situación es clara. El peso de la servidumbre tiende a disminuir hasta desaparecer. En muchas regiones del reino la situación jurídica de los campesinos es la de la libertad.
Por otro lado los esfuerzos de los campesinos por mejorar la producción empiezan a dar sus frutos luego de décadas de esfuerzos. La producción empieza a crecer. Los campesinos obtienen dos ventajas, una relativa independencia y una mejora en las condiciones de vida.
Para que estas condiciones se hagan realidad los campesinos deben obtener garantías frente a la arbitrariedad y el poder de los señores y la seguridad de que el fruto de su trabajo no será confiscado. Ninguna de estas condiciones se cumple.
Los reyes no prestan protección a los campesinos, no hay gestos de Hugo Capeto ni de Roberto el piadoso en ese sentido. Tampoco de los príncipes territoriales, que solo responden con el silencio o la hostilidad.
En cuanto a los señores más próximos, están en camino de convertirse en los dueños del poder de ban
Los castillos que proliferan en esta época son las bases para las guerras privadas entre linajes que asolan los campos. Los campesinos sufren esta violencia, pero además el sistema de castillos es el principal instrumento de sometimiento del campesinado al poder de los señores.
Esta situación tiene dos aspectos fundamentales: por un lado la sumisión de los antiguos hombres libres al poder señorial en materia de justicia y por otro lado la imposición de nuevas cargas o tributos, muy caros que en principio no tienen fundamento jurídico pero que con la costumbre se convertirán en el poder de Ban. (un poder que habilitaba a los señores a cobrar impuestos y exigir retribuciones en sus tierras, por el uso de molinos, puentes, caminos, mercados, y además daba a los señores la capacidad de impartir justicia y aplicar castigos.)
Sólo algunos integrantes de la Iglesia intentan una defensa de los campesinos, pero no representan a todo el clero y además sufren la oposición de la aristocracia feudal.


Rebeliones
Los sacerdotes que integran este movimiento de paz tienen éxito entre los campesinos, que se reúnen en asambleas en los territorios todavía libres, que no son propiedad de ningún señor.
En estos tiempos, en el siglo XI se producen movimientos de resistencia campesina que se manifiestan de forma variada.
Un testimonio son las “canciones rústicas”, por ejemplo:
“Los obispos desnudos sólo tendrían que seguir sin fin el arado/ cantando, con la aguijada en la mano , el canto de nuestros primeros padres”
“Cuando Adán cavaba y Eva hilaba/ ¿Dónde estaba el caballero?”
“Somos hombres como ellos/tenemos tantos miembros como ellos/y el mismo gran corazón tenemos…”
Otro tipo de protesta es la “herejía”. Un aldeano de Vertus, no contento con romper los crucifijos de las iglesias, incita a sus compatriotas a que no paguen el diezmo. Planteamientos muy parecidos circulan por Rouergue y zonas cercanas en los años 1010 y 1020.
Un último ejemplo es una movilización campesina en Berry, que se pone en marcha, dirigida por el arzobispo Aimon, y a pesar de estar casi desarmada se lanza al asalto de los castillos.
Represión
Todos estos movimientos campesinos terminan en un desastre.
En Normandía los rebeldes no pueden hacer frente al ejército de caballeros enviado contra ellos por el duque Ricardo, bajo el mando de Raoul, conde de Evreux. Éste captura a todos los delegados de las asambleas clandestinas y hace que les corten las manos y los pies a modo de ejemplo.
En Berry la batalla acaba en una carnicería, cientos de campesinos acorralados en el río mueren pisoteados o ahogados, mientras otros son pasados a cuchillo por los caballeros.
De hecho, ya en el año mil, la relación de fuerzas entre una aristocracia dedicada exclusivamente a la guerra, entrenada y equipada en consecuencia, y un campesinado cada vez más desarmado, es demasiado desigual para que estos intentos de resistencia tengan la menor posibilidad de éxito.
Estas represiones abren una nueva época de sometimiento de los campesinos que habían conquistado cierta libertad. En efecto desde los años 1020-1030, se advierte que el poder sobre los hombres, se transforma en posesión de los hombres.
De una servidumbre a otra: así podría resumirse esquemáticamente la historia del campesinado durante los reinados de Hugo Capeto y de Roberto el Piadoso.  Sin embargo esta situación no afecta a toda la clase social campesina, pero está marcando el surgimiento de esta nueva aristocracia feudal, representada por el poder y la riqueza de los señores del ban.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Restaurar a Sarmiento, por Hernán Brienza (para “Tiempo Argentino” del 11-09-11)

Llevar adelante una batalla cultural incluye, obviamente, dar una discusión sobre el pasado común. Significa barajar de nuevo las cartas de la memoria colectiva, volver a debatir hitos, momentos nodales, encrucijadas, vísperas, causas y consecuencias y también responsabilidades por parte de los protagonistas de la historia. Un movimiento hegemónico –dicho esto en términos descriptivos y no bajo el influjo de un ataque de pánico opositor– debe ofrecer también una mirada política sobre la historia y reformular el panteón de héroes y de instantes fundacionales. Se trata de construir operaciones histórico-culturales que permitan tomar un hecho del pasado, reelaborarlo, resignificarlo y vivificarlo, y que nos sirva de metáfora para interpelar e interpretar el presente.

El yrigoyenismo lo hizo con el federalismo rosista, el peronismo asumió cierto costado de la tradición federal-yrigoyenista, la Revolución Libertadora se vio a sí misma como la continuación de la campaña de 1840 de Juan Galo de Lavalle, la Juventud Peronista llevó al paroxismo esa operación con el puente directo que trazaron con las montoneras del siglo XIX y la dictadura militar, claro, se identificó con el brutal proceso de organización nacional que llevó adelante Bartolomé Mitre y sus coroneles orientales que sembraron el terror en las provincias disidentes. Raúl Alfonsín hizo lo propio con la fundación de la democracia y la sanción de la Constitución de 1853 –con su elaboración del “patriotismo constitucionalista”– y Carlos Menem inició su campaña como Facundo Quiroga y la terminó como Julio Argentino Roca.

El Bicentenario fue la gran operación histórico-cultural del kirchnerismo. Allí quedó plasmada con claridad su mirada sobre el pasado común de los argentinos. Y esa presentación concluyó con el homenaje a Juan Manuel de Rosas en la Vuelta de Obligado, el 20 de noviembre pasado. Los más distraídos podrán creer que detrás de la necesaria reparación histórica de la figura del “Restaurador de las Leyes” y, sobre todo, de los héroes que en aquellas barrancas retuvieron a la mayor armada del mundo, se encuentra el “viejo revisionismo agazapado”. Pero estarían equivocados.

El “revisionismo histórico” nace como una respuesta a las grandes operaciones culturales del liberalismo conservador. Tiene un primer estadio de corte nacionalista reaccionario y ve a Rosas como un paladín del orden, de la paz de las estancias, del retorno de lo hispano. El segundo momento del revisionismo está ligado a la experiencia popular del forjismo y el primer peronismo. En este momento, Rosas es revitalizado no sólo por su condición de “estanciero”, sino fundamentalmente como un símbolo de la soberanía política y la independencia económica, dos valores fundamentales para la concepción peronista del Estado y las relaciones internacionales. Es en esta etapa en que se incluye el ingreso de los caudillos federales al panteón de los héroes. La historia se vuelve plebeya y los protagonistas comienzan a ser los “pueblos”, antes que los líderes individuales.

Un tercer estadio es la inclusión del marxismo con sus herramientas de análisis para interpretar el pasado histórico. Los sectores sociales, las luchas de clases, los movimientos y las representaciones del bajo pueblo y sus líderes y representaciones forman parte de los estudios realizados entre finales de los años cincuenta y setenta. El fin de siglo y la crisis de 2001 convocaron a la sociedad a pensarse a sí misma nuevamente y a reflexionar sobre su pasado reciente, pero también sobre toda su historia. Y surgió lo que se denomina, no sin cierta imprecisión, el “neo-revisionismo histórico”, es decir una nueva mirada política sobre la historia. Ha crecido tanto esa corriente que, actualmente, se organizó en torno al incipiente Instituto de Revisionismo Histórico Manuel Dorrego, cuyo presidente es Mario ‘Pacho’ O’Donnell, y en el que participamos Araceli Bellota, Felipe Pigna, Eduardo Rosa, Eduardo Anguita, Roberto Caballero, Víctor Ramos, Pablo Vázquez y yo, entre otros.

Si uno debiera operacionalizar la categoría “revisionismo” tendría que prestar atención a algunos valores de ciertas variables: a) una concepción nacionalista del pasado, ya sea esencialista, culturalista, territorial o económico, b) Preocupación por la conducta individual respecto de infidelidades económicas y actos de corrupción, c) una mayor cercanía a la experiencia federal con sus vaivenes respecto de Rosas y los caudillos, d) estudio de la incidencia de las potencias mundiales en las políticas criollas, e) responsabilidad de las elites oligárquicas sobre el estado del país, y f) una tenaz persistencia en el estudio por los sectores subalternos de la economía, lo político y lo social.

Hoy es 11 de septiembre y se festeja, en todo el país, el Día del Maestro, en conmemoración de un nuevo aniversario del día de la muerte de Domingo Faustino Sarmiento, uno de los protagonistas de la organización nacional más controvertidos para el revisionismo histórico y el pensamiento nacional. Sarmiento es, sin dudas, el más progresista de los liberales. Y al mismo tiempo es el más brutal de los liberales. Es imposible no estremecerse ante las barbaridades que “el padre del aula” dice en sus escritos y sus discursos contra negros, gauchos, indios, judíos, italianos, españoles. También es imposible dejar de sentir pavura ante las atrocidades cometidas por sus subordinados en su campaña contra el Chacho Ángel Peñaloza en La Rioja, por ejemplo. Todos recordamos el consejo del sanjuanino de “no ahorrar sangre de gaucho” porque sólo sirve de “abono para la tierra”.

La historiografía oficial sigue considerando a Sarmiento un prócer inmaculado y excusa sus brutalidades aduciendo que era “el clima de época”. Creo que las circunstancias explican, pero no exculpan. Y bajo el latiguillo de “clima de época” se puede justificar, tanto a Sarmiento como a Rosas, como a Videla. Pero creo que el revisionismo tiene que dar un salto de calidad –Araceli Bellota me hizo comprender esto respecto del autor del Facundo– y complejizar los períodos y los personajes históricos. Sarmiento no es el “gran educador” o el “intelectual de la barbarie civilizada aplicada”. Quizás haya que asumir la conjunción copulativa. Sarmiento es una cosa y la otra. Es un fabuloso escritor y un matador de gauchos, un educador y un putañero, un hombre de fe en el progreso y un “tilingo” admirador de Europa hasta 1847, y de Estados Unidos luego.

Pero es, por sobre todas la cosas, uno de los pocos miembros de esa clase dirigente conocida como la oligarquía conservadora –quizás porque no pertenecía a ese sector social– que llevó adelante, en términos de Norbert Elías, un “hito civilizatorio” como es su obra educativa. ¿Por qué es civilizatorio? No lo es porque educó a millones de argentinos, sino porque supuso un compromiso por parte de una dirigencia de refrenar su interés particular, natural, primario, en función de un bien social. Sarmiento obligó a su clase a renunciar a su interés pecuniario para beneficiar a las mayorías.

Me gustan los personajes diagonales, contradictorios, que tienden lazos entre paralelas aparentemente irreconciliables. Eso fueron Mariano Moreno, Manuel Dorrego, Juan Bautista Alberdi, Sarmiento, Leandro Alem, el mismo Perón, incluso. Y si uno lo analiza con cierta profundidad –el presente siempre nubla la posibilidad de un análisis certero– quizás la actual presidenta de la Nación sea una política que tienda diagonales –perdón por la metáfora futbolera– entre el movimiento nacional y popular y el liberalismo republicano.

He leído y reflexionado mucho sobre Sarmiento en estos meses. Partí del prejuicio y logré adentrarme en la complejidad de un personaje desmesurado y exuberante, americano, más americano de lo que él mismo se reconocía. Hoy creo que el revisionismo histórico, y el pensamiento nacional, popular, progresista, democrático, debe –perdón por la descortesía de la prescripción– volver a mirar a Sarmiento. Y debe agarrarlo de las solapas. No para hacerlo “propio”. Pero sí para que no se lleve a su panteón el liberalismo conservador y lo convierta en algo que ni siquiera el propio autor de Argirópolis permitiría. Quizás sea tiempo de que sobre Sarmiento se realice un fino y preciso trabajo de restauración –como si se tratara de un fresco antiguo– por parte del revisionismo histórico.


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martes, 6 de septiembre de 2011

El golpe petrolero del año 1930, por Eduardo Anguita (para “El Argentino” del 06-09-11)

Uriburu, el dictador al que los liberales denostaron siempre por nacionalista, sumó como vicepresidente al estanciero Enrique Santamaría, accionista de la empresa privada Astra, ligada a la Standard Oil.

Fogoneó el editor de diarios preferido de los sectores vanguardistas; hizo de escriba el presidente de la Sociedad Argentina de Escritores; estuvo al frente el militar descendiente de bravos guerreros de la Patria; y, por supuesto, la bendición cardenalicia, la acordada de la Corte Suprema y la traición de los propios radicales. No se trató sólo del fascismo, esos virus europeos que mostraban las limitaciones de las recetas liberales y la tristeza de un continente que había masacrado 10 millones de habitantes en aquella llamada “Gran Guerra”, como si hubiera una épica del gas mostaza para masacrar a los campesinos llevados a las trincheras. Pero, de lo que no se habla suficiente es que fue un golpe de la Standard Oil. Una vez más, para entender la historia del siglo pasado en la Argentina, hay que bucear en las palancas del poder económico.

El salteño José Félix Uriburu tenía colgadas muchas medallitas por encima de su suculenta barriga que no provenían de ningún frente de batalla. Era, sí, hombre de linaje. Chozno del bravo Álvarez de Arenales por parte de madre y, por parte de padre, nieto de Evaristo, gobernador de Salta, e hijo de José Evaristo, presidente del voto cantado. El golpista le encargó días antes el texto de una proclama vibrante a Leopoldo Lugones y el autor de El Santo de la Espada le entregó un borrador que el general corrigió hasta en detalles. El orgullo literario de Lugones, pudo menos que su devoción al golpe y emprolijó, adocenado, las tildes del naciente dictador. En recompensa a tanto rastreo, su hijo Polo quedaría a cargo de la policía tiempo después. La excitación del patriciado por ver a los camiones con cadetes de bayoneta calada por las calles porteñas no hubiera sido posible sin la bendición del diario Crítica. Su dueño, Natalio Botana, era un cínico de mucho cuidado.

Actuaba más por resentimiento que por convicción. Botana, siempre amparado por artistas e intelectuales, despreciaba a la chusma. Se dio el gusto de festejar su cumpleaños 42 el mismo día en que Uriburu firmaba como presidente ante el escribano general de gobierno. Había espadas en el Salón Blanco, también había cruces. Los purpurados invitaron a Uriburu a una misa en la Catedral no bien terminaba el protocolo civil. Contaban con la mirada celestial: Eugenio Pacelli, nombrado Pío XII para dirigir el Vaticano, era un promotor de cualquier aventura que pudiera asociarse al fascismo. Allí estaba, junto al dictador, el arzobispo José María Bottaro, un franciscano que no hacía gala de la providencial pobreza de esa orden.

Apenas dos días después de asaltada la Casa Rosada, don Hipólito Yrigoyen, con sus 78 años a cuestas y con cuatro años más de mandato constitucional por delante, era enviado preso a la isla de Martín García. La Corte Suprema de Justicia no tuvo ninguna duda de la responsabilidad patriótica que debía cumplir. Para eso estaban los supremos, para sentar doctrina en horas de confusión y fatiga. Por eso, al frente del máximo tribunal estaba el presidente de los festejos del Centenario.

Don José Figueroa Alcorta, custodio de la bandera y el himno, célebre anfitrión de la rechoncha Isabel de Borbón, hermana del mismísimo rey de España. Ese Figueroa Alcorta que hacía cumplir la Ley de Residencia, para echar anarquistas y revoltosos. Una ley pedida por la Unión Industrial Argentina, porque así no había seguridad jurídica para las inversiones. Una ley hecha por el modernista senador Miguel Cané. Figueroa Alcorta y los otros cuatro jueces firmaron un texto temerario, porque, según ellos validaban “un gobierno provisional, emanado de la revolución triunfante”. Además, consignaban que “ese gobierno se encuentra en posesión de las fuerzas militares y policiales necesarias para asegurar la paz y el orden de la Nación y, por consiguiente, para proteger la libertad, la vida y la propiedad de las personas, y ha declarado además, en actos públicos que mantendrá la supremacía de la Constitución y de las leyes del país, en el ejercicio del poder.” ¡Providencial interpretación del Derecho y de las leyes! Un texto urgente y nefasto que jamás fue cuestionado por otras Cortes y que fue usado como justificación para que todos los decretos dictatoriales adquirieran fuerza de ley y equivalieran a leyes votadas por el Congreso Nacional. Recién en estos años los tres poderes constitucionales tomaron recaudos para enterrar definitivamente esa acordada suprema.

No faltó, en ese clima decadente, el aporte de los llamados antipersonalistas, los socialistas, los comunistas. Todos pedían, en un desordenado coro anticonstitucional, que terminaran los días del “Peludo”.

EL PETRÓLEO DETRÁS DEL PETRÓLEO. “Yrigoyen nunca tuvo Senado –escribió años después Arturo Jauretche–. Por primera vez iba a tener mayoría en el Senado en 1930, entrando los senadores de San Juan y Mendoza para sancionar la Ley del Petróleo. La elección –fraudulenta, es cierto– era el 7 de septiembre. La revolución fue el 6, creo que las fechas lo están diciendo todo.” La cita, imprescindible, es retomada en la reciente Historia de la Argentina de Norberto Galasso. Por entonces, al frente de YPF estaba su inspirador y fundador, otro militar, pero nacional, Enrique Mosconi. La fiebre del petróleo recorría el mundo. Los automóviles demandaban petróleo, los aviones también, las locomotoras nuevas también. Las flotas mercantes y militares dejaban el carbón y consumían petróleo. Mosconi recorría América Latina contando cómo se podía defender la soberanía nacional constituyendo empresas estatales. Una rara avis, sólo vista ¡en la Unión Soviética! A Mosconi ya lo tenían en la mira los ejecutivos de la Standard Oil, la empresa fundada por John Rockefeller, el iniciador de la dinastía y motor de la doctrina Monroe. También los de la anglo-holandesa Royal Dutch que una década atrás había tomado el control del petróleo en México.

Uriburu, el dictador al que los liberales denostaron siempre por nacionalista, sumó como vicepresidente al estanciero Enrique Santamaría, accionista de la empresa privada Astra, ligada a la Standard Oil. “Curioso nacionalista proyanqui”, señala Galasso. Y el ministro del Interior de Uriburu, Matías Sánchez Sorondo, era abogado de la Standard Oil. En Agricultura quedó al frente Horacio Beccar Varela, síndico de Austea, una subsidiaria de la Standard Oil. El canciller era Ernesto Bosch, ex presidente de la Sociedad Rural y ex presidente de la Compañía Comercial e Industrial de Petróleo, una subsidiaria de la Anglo Persian. El ministro de Obras Públicas fue Octavio Pico, directivo de la Compañía Argentina de Comodoro Rivadavia y Petrolera Andina, subsidiaria de la Standard Oil. En vez de contar con una Ley de Petróleo, Mosconi fue echado por la dictadura. La Standard Oil logró todas las facilidades para obtener concesiones. A partir de 1930, el puerto de Buenos Aires empezó a recibir automóviles estadounidenses en abundancia.

Uriburu estuvo en la Casa Rosada menos de un año y medio. En efecto, el 20 de febrero de 1932 le entregó la banda presidencial a Agustín P. Justo, que había ganado las elecciones fraudulentas de noviembre del ’31. Tiene sentido apuntar la fecha del 20 de febrero: fue elegida para conmemorar los 119 años de la Batalla de Salta, cuando las armas revolucionarias ganaban a los realistas. Uriburu rendía un tributo especial a sus ancestros. Salvo que pervertía el sentido de la historia. Enfermo de cáncer, ese general que nunca había ganado una medalla en combate, fue a pasar sus últimos días a París, donde murió apenas comenzaba el verano francés. No se ganó una calle, como su padre, José Evaristo, en pleno barrio norte de la Capital, pero por algún extraño motivo, la Ciudad de Balcarce tuvo que soportar por décadas que la calle principal se llamara José Félix Uriburu. Un decreto municipal del 6 de septiembre de 2010 terminó con los días de la calle Uriburu y en cambio le tocó el turno al médico platense René Favaloro. Los habitantes de Balcarce, sin embargo, todavía tienen que pasar por el busto que recuerda al entorchado general.

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