Nuestra historia tradicional, aquel relato liberal que nace con intelectuales como Bartolomé Mitre, Vicente Fidel López y otros, relato que justificaba y percibía a la Argentina agroexportadora y oligárquica, racista y europeísta, como un lógico corolario de la Revolución de Mayo, se construyó como una gigantesca operación cosmética, donde las figuras fueron maquilladas para mostrar sólo aquellas facetas que le resultaban ideológicamente convenientes a esa perspectiva político-historiográfica.
Algunas figuras, uno podría decir que los caudillos en bloque, fueron omitidas, ignoradas o demonizadas ; otras fueron embellecidas y transformadas en superhéroes todopoderosos, figuras inmaculadas que no parecían humanas dada su olímpica perfección, figuras que se constituyeron en padres de la nacionalidad ; un tercer grupo, más difícil, sufrió un proceso de auténtica mutilación para mostrar solamente aquellas facetas que resultaban adecuadas al relato que se estaba construyendo. Y se ignoró, omitió, suprimió, todo aquello que conducía a otro camino.
Manuel Belgrano fue (junto a José de San Martín, José Gervasio de Artigas o Manuel Dorrego, entre otros) una de las principales víctimas de esta mutilación histórica.
Nos dejaron a un personaje bondadoso y monacal, creador de la bandera y militar improvisado (y algo chapucero), pero valiente.
Su rico y complejo pensamiento social, político y económico fue simplemente borrado del mapa, porque evidentemente un intelectual que soñaba con una sociedad más igualitaria y justa, que pretendía a toda costa integrar al proceso revolucionario y a la nueva estructura política a la gente más humilde y a los pueblos originarios (tanto que propuso una monarquía neoincaica en las Provincias Unidas de la América del Sur) no era aceptable para la generación liberal y anglófila que escribió nuestra historia.
Tampoco era aceptable por ser un economista que había comprendido que el librecambismo debía combinarse con proteccionismo para así permitir el desarrollo local de manufacturas, anticipando las ideas del alemán Friedrich List, el padre intelectual de la Alemania industrial.
Belgrano fue un gran rebelde, un hombre valiente y tozudo, un hombre que perdió familia y fortuna en la búsqueda de sus ideales políticos y sociales. Todos sus grandes éxitos fueron producto de su inveterada tozudez, de su decisión de hacer lo que a todos les parecía imposible, aunque debiera para ello desconocer órdenes directas. Aunque debiera para ello enemistarse con medio mundo, aunque fuera necesario crispar a los poderosos.
Belgrano diseña y enarbola la bandera nacional sin haber recibido ninguna autorización. Buenos Aires le ordena guardarla y él continúa haciéndola aparecer hasta conseguir imponerla.
Sus escasos éxitos militares son producto de su eterna rebeldía. Cuando el gobierno le ordena retirarse con el Ejército del Norte hasta Córdoba, entregando media Argentina a las fuerzas realistas, don Manuel se plantifica en Tucumán, y logra allí una victoria decisiva aunque casi milagrosa, alcanzada con lo justo, y continuada luego con otra resonante victoria en Salta, donde tampoco le sobró nada.
Belgrano fue uno de esos raros personajes que aparecen de vez en cuando en la historia. Esos rebeldes irreverentes que entregan todo por una idea , por un sueño, por algo que a otros les parece una utopía. Esas figuras que chocan naturalmente contra los poderes establecidos, porque no temen decir lo que piensan. Ni temen actuar según ese pensamiento. Esas figuras que dominan con su voluntad incluso a un físico que a veces no los acompaña, y justamente por eso se consumen como una tea, una tea de un brillo deslumbrador, incomparable, aunque aparentemente fugaz. Sólo aparentemente.
Son figuras que se montan en sus sueños y se lanzan imprudentemente contra el mundo que los rodea, para cambiarlo, para mejorarlo, hasta que el mundo los detiene, generalmente cuando los alcanza, prematuramente, la muerte. Pero ese mundo en el que se detienen ya no es el mundo en el que comenzaron su fantástico viaje : su alocada cabalgata ha cambiado al mundo, irreversiblemente.
Hoy recordamos un nuevo aniversario de la muerte de Manuel Belgrano, ocurrida el 20 de junio de 1820. Pero, en realidad, estos hombres, estos locos irreverentes que escriben las grandes páginas de la Historia, no mueren nunca. No porque sean seres perfectos e inmortales, porque son bien humanos, y distan mucho de ser figuras olímpicas, dioses celestiales. No mueren porque si bien su presencia física nos ha dejado, si bien su cuerpo es polvo, su obra y sus ideales nos acompañarán siempre, porque son parte de nosotros.
Quizás sea la escena final de la película “Belgrano”, la que fue estrenada hace pocos meses y dirigió magistralmente Sebastián Pivotto con la colaboración de Juan José Campanella, la que mejor refleje esta idea.
Allí aparece en una cama un Belgrano en sus últimos momentos de vida, enfermo y moribundo, solo y pobre, triste y amargado , y junto a él, acompañándolo, la figura gallarda del Belgrano más joven, del Belgrano cargado de sueños y proyectos, del Belgrano que creía que era posible cambiar al mundo.
Un Manuel Belgrano muere en esa cama aferrando un paño de tela celeste y blanca ; el otro , el Belgrano de los sueños, de los proyectos, de las grandes utopías, se pone de pie y se aleja, rumbo a la Historia, rumbo a la Leyenda …
Por eso Belgrano no ha muerto. Mientras todos sus sueños no se hagan realidad, la luz cegadora de Belgrano estará siempre con nosotros, y nos servirá de guía.
Adrián Corbella, 18 de junio de 2011.
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