Días febriles y noches de pesadilla. Así retrata al gran protagonista de la Revolución de Mayo otro gran político e intelectual del siglo XIX, Vicente Fidel López. Cómo funcionaba la prodigiosa máquina de hacer un país.
Por Vicente Fidel López*
El doctor Moreno, cuya actividad mental era prodigiosa en el despacho de cada día, en la redacción de los documentos oficiales, en la expedición de las medidas que exigía la guerra, en los cuidados y necesidades de cada punto del virreinato, en lo de cerca y en lo de lejos, no se dejó absorber todo entero por los intereses de la lucha tremenda en que estaba comprometido, y se dio tiempo todavía para ocuparse de un sinnúmero de mejoras y de progresos pertenecientes a la instrucción pública, a la higiene, al comercio, a la política orgánica, a los abastos y a las mejoras materiales del municipio. Todo lo penetraba y todo lo mandaba hacer, con una eficacia y con una rapidez difícil de comprender en otra cabeza que en la de aquel hombre ardiente como el fuego y vivaz como la luz.
El doctor Moreno, cuya actividad mental era prodigiosa en el despacho de cada día, en la redacción de los documentos oficiales, en la expedición de las medidas que exigía la guerra, en los cuidados y necesidades de cada punto del virreinato, en lo de cerca y en lo de lejos, no se dejó absorber todo entero por los intereses de la lucha tremenda en que estaba comprometido, y se dio tiempo todavía para ocuparse de un sinnúmero de mejoras y de progresos pertenecientes a la instrucción pública, a la higiene, al comercio, a la política orgánica, a los abastos y a las mejoras materiales del municipio. Todo lo penetraba y todo lo mandaba hacer, con una eficacia y con una rapidez difícil de comprender en otra cabeza que en la de aquel hombre ardiente como el fuego y vivaz como la luz.
Pero al mismo tiempo que el doctor Moreno comprendía la necesidad de consolidar el triunfo de la revolución por las armas, trataba de reaccionar contra la peligrosa corriente que tendía a militarizar al país, y buscaba fuerzas en la educación para corregir los vicios de esa tendencia y darle espíritu social. Así, al ordenar la creación de la Biblioteca Pública , lo hacía con palabras y conceptos de un alto alcance: "Los pueblos compran a precio muy subido la gloria de las armas; y las Musas, ahuyentadas con el horror de los combates y con el ruido de las armas, huyen de donde no hay tranquilidad, porque insensibles los hombres a todo lo que no sea desolación y estrépito, descuidan aquellos establecimientos que en tiempos felices se fundan para cultivo de las ciencias y de las artes. Si el magistrado no empeña su poder y su celo en precaver el funesto término al que progresivamente conduce tan funesto estado, si a la cultura de las costumbres sucede la ferocidad de un pueblo bárbaro, y la rusticidad de los hijos deshonra la memoria de las grandes acciones de sus padres. Buenos Aires se halla amenazado de esta terrible suerte; cuatro años de glorias han minado sordamente la ilustración y las virtudes que la produjeron". Con este motivo se lamentaba el doctor Moreno de la clausura del Colegio de San Carlos y de la decadencia de los estudios públicos, y aseguraba que el gobierno se ocupaba seriamente de restablecerlos de acuerdo con los progresos y con la filosofía de la época. En prosecución de los mismos fines comenzaba esta obra de reparación vital para la educación del espíritu público, por el restablecimiento de una Biblioteca digna de la capital; porque "en todos los tiempos las bibliotecas públicas fueron miradas como uno de los testimonios de la ilustración de los pueblos". Y en efecto: esa Biblioteca de Buenos Aires, fundada en 1810 por el doctor don Mariano Moreno, y puesta por él bajo la dirección del canónigo doctor Segurola y del franciscano señor Cayetano Rodríguez, en quienes concurrían la erudición y un amor acendrado a las letras, fue luego un monumento en manos de nuestro eminente bibliófilo don Manuel Ricardo Trelles.
(...) y lo encontraba sin embargo para presidir con Belgrano la creación y el establecimiento de una preciosa escuela de matemáticas. (...)
Si se ocupaba de las ciencias no descuidaba ni por un momento los intereses del comercio y las mejoras materiales. Disminuía los derechos de la exportación de los productos rurales "con el fin de hacerlos entrar más fácilmente al comercio exterior en retorno de las introducciones extranjeras". Se ocupaba de hacer inútil el contrabando con las franquicias que debían equilibrar justamente los beneficios del comercio. Reglamentaba el resguardo y el despacho marítimo de las consignaciones y de los manifiestos. En vista de las necesidades del comercio y de las contingencias de un bloqueo con que ya amenazaban los marinos de Montevideo, ponía su ojo previsor sobre el puerto y los terrenos de la Ensenada y decía: "El fomento de esa población, que la Junta ha resuelto sostener a toda costa, excitará la codicia de algunas personas poderosas, que en semejantes ocasiones adquieren terrenos dilatados por interés de la reventa, o para restablecer grandes posesiones, que quitan a los pobladores la esperanza de ser algún día propietarios; y limitaba las áreas que podía poseer cada propietario en favor de los pretendientes a comprar terrenos allí, obligándolos a todos a edificar".
De lo alto de sus concepciones y medidas bajaba a lo cómodo, a lo útil y a las vitales necesidades de la higiene. Constituía un establecimiento permanente para la propagación de la vacuna (…) Organizaba las rondas de policía para asegurar la propiedad y la quietud del vecindario. Mandaba reparar y nivelar las veredas y las calles de la ciudad. Facilitaba con medidas liberales los abastos de vecindario. Reglamentaba la matanza y las volteadas de los ganados vacunos para que se conservasen las crías, y para que no quedasen impunes los robos de haciendas. Democratizaba los empleos y los grados militares en busca de las aptitudes que pudieran brotar del seno del pueblo. Y al mismo tiempo publicaba en la Gaceta artículos sustanciales sobre la libertad de imprenta y sobre los principios de la política orgánica que debía discutir y sancionar el Congreso, con una elevación de miras y con una seguridad de estilo que los hace preciosos todavía y dignos de ser estudiados con seria detención por las generaciones presentes. ¡Y toda esta variada y múltiple labor se realizaba en medio de las atenciones absorbentes y de los terribles cuidados de la guerra emprendida contra las fuerzas de los mandatarios de España, que eran dueños todavía de la mayor parte del virreinato!
Dos grandes defectos hacían desgraciado, sin embargo, el temperamento de este grande hombre. Intachable como padre de familia y como amigo, dotado de una honorabilidad espartana, modelo de administrador y de pureza, don Mariano Moreno habría sido completo sin esos defectos. Pero, por desgracia suya, había nacido con una fantasía tan viva cuanto asustadiza y cobarde. Estaba sujeto a insomnios terribles, en medio de los que veía el tumulto de sus enemigos acechándolo con puñales unas veces, y otras encarcelándolo para arrastrarlo a la horca. Tenía una naturaleza nerviosa, con entusiasmos fantásticos que no se apartaban de su vista sino en el fuego de la acción. Pero en los momentos en que la acción decaía, su espíritu no encontraba la quietud del reposo, sino por el contrario, tendida la vista a su alrededor, y alarmado con las emanaciones enfermizas de la soledad y del monólogo, que continuaba dándole relámpagos siniestros, vagaba en las tinieblas de mil inquietudes indefinidas asaltado por dudas abultadas sobre la inseguridad de su persona y de los destinos de la causa a que estaba entregado. Al día siguiente entraba otra vez en la acción incitado por la febril necesidad de anonadar los obstáculos y los elementos contrarios que sus sueños le habrían presentado con formas gigantescas y apremiantes. Quizá esa misma lucidez extraordinaria que iluminaba su mente y sus propósitos era la que le daba esa rara y poderos a vehemencia, envolviéndolo en los fulgores intermitentes que le asaltaban. Y tal vez digo mal: en vez de ser la causa ¿no serían sus talentos mismos el efecto natural de esa predisposición enfermiza y de esas cavilosidades de su espíritu? El doctor Moreno era una alma sin reposo moral, nos decía uno de los contemporáneos que más lo había tratado y querido; un alma fanática y ascética devorada por una actividad asombrosa. Con el mismo ardor con que se había entregado a las lucubraciones místicas de Tomás Kempis y a la disciplina de la penitencia, se dio después al misticismo social de Juan Jacobo Rousseau. Pero no era esto lo más sorprendente, sino que su espíritu bajaba a lo práctico, a lo indispensable en cada momento, con una claridad y con un oportunismo que le habría envidiado el más experto de los hombres de Estado .
*Panoramas y retratos históricos. W.M. Jackson INC. Editores.
Publicado en :
No hay comentarios:
Publicar un comentario